Mientras
siguen los incidentes, parece que se reinician las conversaciones entre
los pescadores de la bahía de Algeciras y las autoridades de Gibraltar
sobre la pesca en aguas cercanas a la Colonia, para recuperar el acuerdo
de 1999. Con independencia de lo que salga de estas negociaciones,
reconozco que cuando vi la foto de los ministros de Exteriores de Reino
Unido y España, durante la reciente visita de este último a Londres,
remitiendo la solución del conflicto al ámbito local, tuve la sensación
de que nos van a volver a engañar.
Cuando
la Reina Sofía suspendió, por iniciativa del Gobierno, su viaje al
Reino Unido con motivo de las celebraciones del 60º aniversario del
reinado de Isabel II, la prensa del país socio y aliado -iba a decir
amigo, pero me he vuelto atrás porque en las relaciones internacionales
es muy difícil hablar de amigos y menos cuando se trata del Reino Unido,
que sólo contempla intereses en ese ámbito- habló de desaire. Es
probable y comprensible que a la Casa Real y al Gobierno británicos no
les sentara bien, que incluso nuestra Reina tampoco se sintiera cómoda,
pero también es lógica la postura española, desairada permanentemente
durante más de 300 años.
Los
encontronazos y desacuerdos en los últimos días tienen seguro que ver
con los cambios de gobierno en España y en la colonia, pero no dejan de
ser más que la continuación de las desavenencias que la anacrónica
situación de Gibraltar viene acarreando desde que en 1704 la Roca fue
tomada por tropas angloholandesas y en 1713 cedida a Gran Bretaña en
virtud del Tratado de Utrecht y en los términos que en él se contemplan,
aún en vigor por mucho que la propaganda británica y gibraltareña se
empeñen en desvirtuarlo.
Porque
si de "desaires" hablamos, el primero sería la propia toma de Gibraltar
(1704) en nombre de S.M. Británica por el Almirante Rooke, a pesar de
que la fuerza anglo-holandesa al mando del Duque de Hesse-Darmstadt
combatía en nombre del Archiduque Carlos, pretendiente a la corona
española. Después del Tratado de Utrecht (1713), la relación de
"desaires" es larga. Empezando por los intentos de ganar terreno hacia
el Norte casi inmediatamente después de la firma del Tratado (la toma de
la "Torre del Diablo" y el caserón "el Molino").
Si
omitimos el período hasta el último intento de reconquistar la Roca en
1783, tenemos la destrucción consentida (1810) de las defensas que
España había construido al norte del istmo ("Línea de Gibraltar" en
1730/1735), la ocupación permanente de la zona neutral tras las
epidemias de 1815 y 1854, la construcción de la verja (1908) englobando
parte de la zona neutral en territorio español, la construcción del
aeropuerto en esa zona (1938) invadiendo aguas españolas, las sucesivas
ampliaciones del puerto a costa de las aguas españolas, etc.
O
ya por hablar de ahora mismo, la anunciada visita del príncipe Eduardo a
Gibraltar o los recurrentes incidentes en las aguas próximas al Peñón,
como el que se ha suscitado estos días a propósito de los pescadores de
la bahía de Algeciras tras la ruptura del acuerdo de 1999, alegando
normas medioambientales gibraltareñas, no europeas, y curiosamente tras
la intención manifestada por España de sustituir el foro de diálogo
tripartito por una mesa a cuatro bandas, incluyendo representantes del
ámbito local español en contrapeso a la representación gibraltareña.
Cabría preguntarse quién sería esa cuarta banda ¿un representante de
Algeciras, La Línea, San Roque, Los Barrios, la Mancomunidad de
municipios del Campo de Gibraltar, la Junta de Andalucía? Sin que la
respuesta esté clara, dada la propensión que siempre tenemos a no
ponernos de acuerdo ni para los temas importantes, véase la muestra de
Algeciras y La Línea, con regidores de distinto color político,
manteniendo posturas distintas frente al conflicto actual con los
pesqueros.
La
historia de Gibraltar es pues una historia de desaires pero sobre todo
es la constatación de un fracaso, el de España para hacer valer sus
derechos en virtud del Tratado de Utrecht y, desde 1960, de diferentes
resoluciones de Naciones Unidas. Frente a la política zigzagueante
española, la más coherente de hechos consumados y de presión coordinada
británica y gibraltareña aprovechando la descoordinación y los momentos
de debilidad españoles,-y este de ahora lo es-, o de negociación
interesada para conseguir algo a cambio de nada, eso sí siempre con
buena cara y en perfecto inglés.
El
año que viene se cumplirán 300 años de la firma del Tratado de Utrecht,
¡qué ocasión tan redonda sería para escenificar la retrocesión a
España! Pero no nos engañemos, Gibraltar no se nos devolverá hasta que
el Reino Unido quiera de verdad hacerlo y eso va a ser difícil que
suceda por sus intereses sobre la base militar y los dispositivos que
aloja y el apoyo tácito de EEUU, que lo ve como un aliado más fiable en
esa zona de importancia estratégica. Más bien seguirá utilizando a la
población española del Campo de Gibraltar como "rehén", y como argumento
los "deseos" del pueblo gibraltareño -a quien le interesa mantener su
estatus particular dentro del Reino Unido como paraíso fiscal y sede de
todo tipo de negocios más o menos confesables, bien bajo la UE cuando
interesa y si no bajo sus normas particulares- y se aprovechará de las
facilidades que España les brinda por su proximidad geográfica y sus
continuas concesiones.
Frente
a ello, a España no le queda más que mantener su lucha por el "fuero"
en las instancias internacionales, al tiempo que no debe dudar en hacer
patentes nuestros derechos y la protección de nuestros intereses, entre
ellos los intereses legítimos de nuestros pescadores, mediante la
presencia rutinaria de nuestras lanchas y patrulleros de vigilancia de
la GC y Aduanas y de los barcos de nuestra Armada, y el ejercicio de las
funciones que les corresponden en nuestras aguas de soberanía, con
instrucciones claras de actuación ante cualquier eventualidad.
No
es el aniversario del Tratado una fecha para celebrar pero sí para
recordar los 300 años de desaires sufridos y podría servir de excusa
para elaborar una serie de documentales sobre la ocupación de Gibraltar,
las circunstancias que llevaron a la firma del Tratado, la evolución
histórica posterior con sus hitos más importantes y el anacronismo que
representa, 3 siglos después, la última colonia en territorio europeo.
Fernando Armada
http://www.revistatenea.es
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